martes, 31 de agosto de 2010

Episodio 8: Corazón morado

Mientras querés disfrutar de estar abrazada con ese chico que tan mujer te hizo sentir, te das cuenta que tu cabeza te pide resolver tus problemas. Nadie te ha hecho gozar tanto antes y sin embargo no podés ser plena en ese instante. Ahí vez que Juan mira su celular. Lo mira de vuelta y dice: “Uy, se me hizo tardísimo. Ya son más de las 8 y yo tengo que irme. Sorry, pero necesito llegar”. Ahora sí que no entendés nada. ¿Pedirle explicaciones? ¿Pedirle que se quede un rato más? ¿Hiciste algo mal? ¿Qué tenés que hacer? Ufff, cuantas preguntas y él ya esta cambiado. Te pide disculpas nuevamente y te promete que te va a llamar. Dudás. Vas hasta la puerta, lo despedís y con el portero eléctrico le abrís la puerta de entrada. Te encendés un Lucky. Con la locura que tenés en tu cabeza no sabes que tema enfocar y te volvés a la habitación convencida que hiciste mal en hacerlo pasar a Juan. Que deberías haberle dado crédito al creer popular, de que si lo invitas a tu casa en la primera cita, sos una mujer para acostarse nada más. ¿Pero que son estos cuestionamientos? Hiciste lo que sentiste. Fuiste plena al menos por un rato. Volvés a la cama, silencias el celular y te acostas. Das unas vueltas en la cama y finalmente te dormís.

Sentís que dormiste por días. Muy profundo. Te cuesta abrir los ojos y querés seguir durmiendo. Encendés la televisión para ver la hora y el clima. Hace 13°2 y son las 13:43. Cuanto sueño. Apagas, intentás dormirte y al rato te das cuenta que va a ser imposible. Mirás el celular y tenés 2 llamados de Dani, tu ¿ex? ¡Qué manera de arrancar un domingo! Antes de escuchar el mensaje que te dejó, vas a la cocina, te haces un té y te preparas unas tostadas. Te encendés un cigarrillo y justo cuando estás arrepintiéndote de no haber retenido a Juan, aunque sea para sentirlo una vez más adentro tuyo antes que se vaya, escuchás unas llaves en la puerta de entrada. Están abriendo y sabés que sólo tu mamá y Dani tienen esa llave. El corazón se te acelera. Miedo. No estás preparada para verlo a Dani. Te acordás que tu mamá se va a pasar el día al country de unos amigos. Más miedo. Cierran la puerta y los pasos van directo a la cocina. Es él. Tu corazón late. Fuerte. Se saludan y de inmediato te empieza a pedir perdón. Que te estuvo tratando de encontrar pero algo pasaba con el celular. No sabés que contestarle. Te dice que no le importa ni quiere explicaciones. Te pide permiso para ir al baño y allá va. El tiempo hasta que vuelve es eterno. Golpe en la puerta y aparece él gritando: “¿qué es esto perra hija de puta? Puta de miérda, yo sabía que tenías un tipo. Contestame, concha tu hermana”. Sin soltar el forro que tiene en la mano izquierda, se acerca y con la derecha te zamarrea. “Contestá porque te mato”. Se te corta la respiración. No tenés aire. No podés hablar. Pum. La mano que te agarraba el brazo terminó en tu ojo. Dolor profundo. Pincha el forro con las llaves y te tira todo el semen encima al grito de: “trágatelo, puta de miérda. No puedo creer. Cuánta razón tenía. ¿Hace cuanto soy un cornudo?”. Vuelve a la puerta de la cocina, le pega un puñetazo. Se va a la puerta de entrada y pega un portazo. Vos te quedás llorando. Todavía no podés recuperar la respiración. Sentís que el ojo se te hincha y el corazón te estalla. Ya es tarde para arrepentimientos.

(Los lectores decidieron que Cecilia llama a alguien que puede resolver esto con violencia y que llega Julia, la amiga de Cecilia.)

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