martes, 30 de noviembre de 2010

Episodio 20: Perseguida

Respirás profundo. De vuelta tomas aire, lo mirás fijo a los ojos a Juan y le contás. Le contás que de la fiesta te habías ido llorando porque te peleaste con tu novio. Que él trato de volver con vos por la fuerza y que tuvo una pelea muy violenta con tu hermano. Le contás todo lo sucedido hasta ese momento y le decís que se tienen que ir de ahí. Te pregunta cual es el apuro y le confesás que un amigo de Dani te vió entrar en el vivero y se le contó, y ahora tu ex esta viniendo para acá. Ves la cara de susto de Juan. Se desorbita un poco. Te pregunta qué querés hacer, dónde querés ir. Te lo pregunta con cierto temblor. Crees que tendrías que haber evitado los detalles de la pelea que tuvo tu hermano con Dani. Ahora a vos te da la duda si esta bien involucrar a ese recién conocido en esto o es preferible ir para la casa de tu hermano. Ves que ese hombre seguro que tenias enfrente tuyo, dejó de serlo. Le preguntás si quiere irse a su casa y vos te vas a otro lado. Te dice que de ninguna manera te va a dejar sola pero que le digas donde preferís ir. Decidís. Van para la casa de Matías, tu hermano. Suben a un taxi y cuando vas a decir la dirección pensás en que es un lugar que Dani conoce y que si tu hermano y él se encuentran, la cosa puede terminar muy mal. Le decís a Juan que mejor van a su casa. Él acepta.

En el viaje hay un silencio total. No es bueno para tu cabeza. Mirás para atrás como buscando algún auto conocido. No lo encontrás. Tu cabeza empieza a dar vueltas como siempre. ¿Por qué no me habla Juan? ¿Por qué no me acaricia? ¿Será que la cagué? ¿Qué onda con esto de que lo metí en el medio? Igual creo que podría consolarme, pensás. Volvés al aquí y ahora y el silencio sigue. El taxista lo rompe. Pregunta si saben de quién es el Fiat que esta atrás que le parece que los sigue desde que salieron. Aclara que puede ser una casualidad. Asustados se dan vuelta los dos y vos pegás un grito. Es el auto de Kevin, el amigo de Dani que los había visto. Le pedís al taxista que acelere y le contás a Juan de que se trata. El auto de atrás acelera. Una, dos, tres cuadras hasta que Juan dice que hagan 2 cuadras más y doble a la derecha, que van a la comisaría. Ahí sí, Juan te abraza. Vos temblando, empezás a llorar. Juan te aprieta con su abrazo. El taxista dobla en amarillo y el auto de atrás pasa en rojo. Sigue el taxista manejando. Frena un poco en la esquina, igual sigue siendo una velocidad que te preocupa. Ves que en la otra cuadra está la comisaría. No te alcanza para relajarte. Cruzan la calle y sentís como un auto que venía por la otra quema las ruedas con el frenado. El acelere del taxista les salva la vida. Cuando llegan a la puerta de la comisaría, un policía los detiene. Salen los tres del taxi, el agente tiende a sacar el arma, otro policía sale de adentro de la comisaría. Vos te ponés a llorar y a gritar desesperada: “¡Nos están persiguiendo, nos están persiguiendo! ¡Ayuda, por favor!”. El policía mira para atrás y contesta que no hay nadie. Ahí vos sentís que te baja la presión y te aflojás. Juan te agarra y te acuesta en el asfalto. El policía que estaba con la mano en el cinturón, ahora la tiene en tu muñeca para tomarte el pulso. El taxista pide que se hagan a un lado, se saca la remera y te empieza a tirar aire. Estás mejor. Juan te hace una caricia en el pelo, te agarra de la nuca y te ayuda a sentarte. Cuando levantás la cabeza volvés a gritar fuertísimo. Un grito agudo y aterrador. Abrís los ojos mientras te tirás levemente para atrás. Te preguntan que pasa y jurás que ahí enfrente estaba Dani. Que lo busquen porque está ahí. Todos miran para todos lados y nadie reconoce haber visto nada. Dudás de lo que viste. Tenés una certeza infundada en tu interior. Respirás, tratás de incorporarte, trastabillas, Juan y el policía te agarran de los costados, te pasan tus brazos por sus cuellos y te sientan en una silla que un vecino acercó.

(Los lectores decidieron que Cecilia insiste que Dani está ahí y nadie le cree + Dani se aparece y se hace el desentendido)

martes, 23 de noviembre de 2010

Episodio 19: ¿Tranquilidad?

Disfrutás de este momento de descontractura. Estás contenta de estar viviendo este día. La conversación sigue y a cada concepto profundo que escuchás de Pedro, te quedás reflexionando. No te da tiempo a retener ninguno porque es constante la demostración de sabiduría que te demuestra ese viejito. Tenés la esperanza que todo eso quede en algún lugar de tu cabeza. Seguís con atención todo lo que cuenta sobre mitología de la India o sobre algunas tribus perdidas. Todo es desconocido y fascinante para vos. De repente, te vibra el celular, lo sacás para atender, mirás la pantalla y te tirás levemente para atrás. Es Dani, tu ex. Apretás el botón para que deje de vibrar y volvés a la conversación. Tu cara no es la misma. Te vibra de nuevo y repetís la misma secuencia. Juan te pregunta quién es y vos le decís que no vas a atender porque es un número desconocido. Ahí sentís que el celular en el bolsillo te hace la vibración de cuando entra un mensaje de texto. Pedro aprovecha la pausa para ofrecerles un té, el cual ambos aceptan. Pedro se va al fondo y Juan se va al baño.

Aprovechás, mirás el celular y efectivamente el mensaje es de Dani. Tu descontracturado bienestar ya no es tal. Desbloqueás el teléfono, apretás para leer el mensaje y leés: “Kevin t vio. Me dijo q estas en Belgrano c alguien. Estoy llegando. Atendeme!!!!!!”. Se te hace difícil la respiración. Tu cabeza pasa de 1 a 1000 en un 1 segundo. Empezás a pensar cómo salir de esa situación. Si fuera por vos salís corriendo ya. ¿Y la descortesía de irte sin saludar? Te levantás para irte. Aparece Pedro. Te sentás. Enseguida aparece Juan. Estás dura. Encima del lado de donde vino Pedro, sale una mujer oriental. Pedro te la presenta como su esposa Sun o Sulma, como prefieras. La saludás con una pequeña reverencia. Ella apoya la bandeja con el té y las tasas sobre la mesa y se queda parada detrás de Pedro sin decir una palabra. Juan pregunta si te pasa algo y le contestás que no. Te corregís y le decís que no te sentís bien a lo que te propone que tomés el té a ver si te ayuda a recuperarte. No te queda otra. Tomás el té. Un tanto apurada para el ritmo que se vive en ese lugar. Igualmente tu alteración hace que no sea el mismo clima que hasta hace 5 minutos. Te imaginás lo que puede llegar a pasar si Dani llega ahí. Te preocupa tanto la integridad de las personas como de las plantas del vivero. Abruptamente interrumpís la conversación entre ellos y le pedís a Juan que te lleve a tu casa. Él te dice que van para la suya. Se levantan, ambos piden disculpas a los anfitriones por tener que irse así y saludan. Ellos no salen de su paz. Te parece hasta que son indiferentes aunque después lo analizás y te da mucha envida la tranquilidad que tienen. La misma que les hace posible aceptar tu necesidad de irte. Despacio empezás a caminar hacía la puerta, Juan se adelanta y te la abre. Salen.

Otra vez el vientito fresco en la cara te hace aliviar un poco tu cabeza, aunque esta vez es mínimo. En seguida Juan te pregunta qué te pasa, vos le decís que nada y el te pregunta si tiene que ver con ese llamado que recibiste. Vos le decís que no y refunfuñás. Él insiste en saber quién era y vos le decís que no importa. Levantás la mirada y no ves a nadie conocido cerca. No lo vés a Dani. Te quedás más tranquila pero empezás a subir el ritmo de tu caminata para salir rápido de ahí. Lo hacés paulatinamente para que Juan no se de cuenta. De todas formas, él se da cuenta y te dice que pares. Te pide que le digas que pasa o no se van de ahí.

(Los lectores decidieron que Cecilia le cuenta a Juan lo que está pasando.)

martes, 16 de noviembre de 2010

Episodio 18: Lecciones

Cómodo, armonioso y placentero te resulta ese lugar. Te sentás al lado de Juan, Pedro se sienta del otro lado de la mesa. Te quedás viendo al viejito durante un rato y te parece tan sencillo como misterioso. Lo escuchás y no pregunta nada sobre vos. Te llama la atención. Te trata como si ya te conociera. La conversación se da natural como si continuara de una anterior que nunca existió. A vos sí que te intriga sobre la vida de ese hombre y de atrevida le preguntás si siempre vivió del vivero a lo que el viejito, sin pausa, te contesta:

- En realidad yo antes era un hombre más ambicioso. Buscaba las formas de ganar dinero. Lo normal. He tenido algunas tintorerías, un bar y algunos negocios más. Hasta que comprendí que soy un obrero del universo. Cada uno encuentra o no su lugar, pero ese lugar ya está asignado –continúa con ese tono tan característico, oriental-. Por alguna razón decidimos ocupar este cuerpo en esta vida. Después queda en cada uno el buscar esa razón. O tal vez la razón de algunas personas sea justamente no buscarla. Pero en mi caso la encontré. Yo quería dinero para poder viajar y ser feliz. Creía que en otros lugares podría encontrar respuestas a las preguntas que me surgen de toda la vida. Eso fue hasta que comprendí que no hacía falta dinero para ir a mi verdadero templo, donde encontraré siempre las respuestas: mi cuerpo.

Inesperada como profunda te parece la respuesta. En realidad vos no lo preguntaste todo eso pero sabés que cuando hacías esa simple pregunta era para llegar a otro lugar. Ese lugar es donde fue Pedro con su respuesta. Ahí comprendés que ese hombre es un adelantado. Te hace sentir un poco intimidada y hasta incomoda porque sabés que no podés tener secretos en esa conversación, pero al mismo tiempo sentís alivio porque no tenés que decir otra cosa que la verdad. Hace mucho que no te pasaba de mostrarte crudamente. Lo seguís atentamente a Pedro en sus palabras. Cada tanto hace un chiste con Juan. Ellos se ríen. Tienen una complicidad que te gusta y te hace desear más a Juan. Te gusta verlo en esa faceta más profunda, te parece super interesante. Te gusta que ese lugar sea como un refugió para él, que ahora le pregunta a Pedro por como es la forma de comunicarse con el universo, a lo que el viejito le contesta:

- Huan, creo que ya sabés que el universo es nuestro interior. Ese universo es el que se conecta con el universo exterior. Muy pequeño debe ser mi universo si está dentro de este cuerpecito.

Ahí, los 3 estallan en carcajadas mientras Pedro se para mostrarles su baja estatura. Hace unos movimientos cortitos y graciosos con la cadera. Lo mirás a Juan y te morís de ternura. Él y su risa tan genuina, tan preciosa y tan inocente. Ves como Pedro le guiña un ojo y se ríe. Pura complicidad entre ellos. Vos te sentís parte de eso. Juan te hace sentir parte de eso. Te hace sentir feliz. Todo tan inesperado. Todo tan lindo. Te ponés a pensar que al fin vas logrando fluidez que esperabas.

(Los lectores decidieron que aparece la mujer de Pedro + a Cecilia la llama Dani, su ex + se van para la casa de Juan)

martes, 9 de noviembre de 2010

Episodio 17: Pedro, el sabio

Sin darle mayores explicaciones a Juan, le decís que todavía no querés volver a tu casa. Le proponés ir a que conozcás la suya. Él no se opone y da media vuelta, cambiando la dirección. A la cuadra, inesperadamente, se frena, te toma de la cara y te empieza a besar. Te apoya contra la pared y te sigue dando esos besos tan deliciosos. Te acaricia el pelo. Te acaricia suavemente el rostro. No deja de besarte. Se aleja un poco y te dice lo linda que sos. Le sonreís, le agradecés, le tomás de la mano y siguen caminando. Hacen una cuadra más y te dice que tiene una mejor idea de por donde pasar antes de ir a su casa. Para un taxi y da una dirección por Belgrano. Allí van. Vos no preguntás a dónde vas para que la sorpresa sea tal. Durante el viaje charlan y se ríen. Cada tanto él te besa. Cada tanto vos le besas la mejilla. Siguen riendo mucho más. Llegan a destino, paga, baja, espera que bajes y cierra la puerta. Cuando levantás tu cabeza ves que te llevó a un vivero. “¿Un vivero?”, te preguntás. Sí, y parece ser de un oriental porque el cartel de entrada dice que el lugar se llama Park. Entran y lo comprobás. Sale un señor bajito, un poco rellenito, con una barbita candado y mientras se acerca te das cuenta que tiene los ojos achinados. Te reís para adentro pensando el parecido que tiene el maestro de Karate Kid. Cuando lo ve a Juan, sonríe y da una pequeña reverencia. Juan hace lo mismo y te presenta. El señor repite la acción en tu dirección y vos le devolvés otra reverencia. Se presenta como Park Ji Su o algo por el estilo pero te autoriza a llamarlo Pedro. Mientras ellos hablan algunas cosas, vos te quedás callada y observando esa situación. Te das cuenta que Pedro es de esas personas que brillan por su propia luz. Que su luz es muy intensa. Te parece que debe ser de esas personas que le encantan recibir gente para filosofar y llegar a conclusiones que lo hagan avanzar en el conocimiento. Notás que no tiene grandes movimientos de manos, si no que toda su expresión corporal se reduce a lo necesario. Mucha paz se respira en ese lugar. Obeservás cada rincón del vivero, ves la diversidad de plantas y flores. No entendés mucho del tema pero igual te sorprende cuanta vida hay allí. De repente escuchás a Pedro intentando romper el hielo, que te dice:

- Huan tiene mucho que aprender. Está en compañía de una muher tan linda y la trae a visitar a este vieho. No entiende nada.
- Juan entiende. Si me trajo es porque seguro que usted es una buena persona – le contestás entre risas.
- El bueno de Huan me quiere mucho. Es sólo eso – dice humildemente.

Ya un poco más en confianza, entrás en la conversación y te empezás a interesar por su vida. Te dice que llegó de adolescente al país, que en principio se le hizo muy difícil como a todos los que no saben el idioma del lugar donde viven, pero que da poco fue acomodándose. Te dice que no terminó la secundaria y todos sus conocimientos son de autodidacta. De esa forma fue incorporando conocimientos sobre botánica y jardinería, al mismo tiempo que aprendía el idioma. Te dice que también leyó mucho de filosofía, pero eso lo hacía en coreano para que no se pierdan conocimientos en la traducción. Ahora es su esposa la que tiene que leerle por las noches porque ya su vista está muy cansada. Por dentro te ponés contenta de que tu intuición que decía que estabas frente a un pequeño sabio no había fallado. Los invita a sentarse. Estabas tan cómoda que te habías olvidado de que estaban parados, en el medio del pasillo de un local. Hasta por un momento te olvidaste de Juan ya que toda tu atención estaba en ese viejito simpático.

(Los lectores decidieron que Juan y Cecilia se quedan hablando con Pedro.)

martes, 2 de noviembre de 2010

Episodio 16: Plaza cariño

Tu cabeza relajada hace que pienses en la nada. O por lo menos que no te preocués por lo que está pasando por ella. Recién volvés al aquí y ahora cuando lo ves a Juan entrar por la puerta y le sonreís. Se recuesta a tu lado y le acariciás la cabellera. Le dás un besito en la mejilla. Un silencio total en el cuarto. Ves como se recuesta sobre un costado para mirarte y se acomoda en posición fetal. Te acostás a su lado y lo abrazás. Te abraza y te enrolla con sus piernas por la cintura. Empiezan a pensar que pueden hacer durante el día y desechan ver una película e ir a tomar algo en algún bar. Terminan coincidiendo que lo mejor es salir a caminar y ver qué onda. Tras varios amagues e intentos fallidos por bajar, lo logran. Le hacés notar que si no se levantaban ahora, no se levantaban más. Se ríe.

Bajan y recién ahí te das cuenta cuanto necesitabas un poco de aire fresco. Te refresca y te da fuerza para seguir el día. Caminan algunas cuadras y él se acuerda que hay una plaza a un par de cuadras. Para allá van. En el camino él te sigue sorprendiendo, te parece que es de esos hombres que creías que ya no existían más. Siempre va caminando por el lado de la calle para que vos estés resguardada entre él y la pared. Un detalle. Para vos, gigante.

En la esquina, antes de llegar a la plaza, entran en el shop de una estación de servicio, compran un mate listo, un termo (que el encargado lo llena) y unos bizcochitos. Ante la pregunta de si querés algo más, te agarrás un chocolatito al costado de la caja. Obviamente no te deja pagar. Cruzan, se sientan y vos te encendés un cigarrillo, te acostás en el pasto y contemplás el cielo. Es un día perfecto.

El día pasa y vos seguís relajada. Te sentís rara en esa comodidad aunque es un estado que no querés abandonar. Cada tanto le suena el celular, vos empezás a creer que es de su estudio para que vaya a trabajar pero después te das cuenta que todo lo arregla desde ahí. Te alivia saber que no sos la única que quiere pasar más tiempo en esa situación. Conocés más de ese hombre que tenés enfrente tuyo. Entre mates y bizcochitos, te enterás que estudió varias carreras, que dejó casi todas, que se recibió de diseñador gráfico, que se puso su propio estudio hace ya casi 2 años, que toca el saxo, que estuvo de novio por mucho tiempo, que le gusta mucho el cine. Ya pasadas las 3 de la tarde te das cuenta que él era mucho más cariñoso cuando estaban encerrados en una casa. Te dio algunos besos y algunas caricias pero no como había sido hasta acá y te había gustado tanto, así que lo inducís a ir a algún lugar cerrado. Proponés moverse de ahí y él acepta. Lo esperás un minuto que va a tirar los restos de lo que comieron y empiezan a caminar. Le tomás del brazo, lo sentís incomodo y los soltás. Él te pregunta porque lo soltaste, así que lo agarrás de vuelta. Caminan algunas cuadras y van de vuelta para el lado de tu casa. Cuando están llegando, te das cuenta que en la puerta hay un auto que te suena conocido así que te acercás de a poco. Para ese momento, algunas nubes ya habían empezado a salir.

(Los lectores decidieron que Cecilia le dice a Juan que quiere ir para la casa de él y se van de ahí.)