martes, 9 de noviembre de 2010

Episodio 17: Pedro, el sabio

Sin darle mayores explicaciones a Juan, le decís que todavía no querés volver a tu casa. Le proponés ir a que conozcás la suya. Él no se opone y da media vuelta, cambiando la dirección. A la cuadra, inesperadamente, se frena, te toma de la cara y te empieza a besar. Te apoya contra la pared y te sigue dando esos besos tan deliciosos. Te acaricia el pelo. Te acaricia suavemente el rostro. No deja de besarte. Se aleja un poco y te dice lo linda que sos. Le sonreís, le agradecés, le tomás de la mano y siguen caminando. Hacen una cuadra más y te dice que tiene una mejor idea de por donde pasar antes de ir a su casa. Para un taxi y da una dirección por Belgrano. Allí van. Vos no preguntás a dónde vas para que la sorpresa sea tal. Durante el viaje charlan y se ríen. Cada tanto él te besa. Cada tanto vos le besas la mejilla. Siguen riendo mucho más. Llegan a destino, paga, baja, espera que bajes y cierra la puerta. Cuando levantás tu cabeza ves que te llevó a un vivero. “¿Un vivero?”, te preguntás. Sí, y parece ser de un oriental porque el cartel de entrada dice que el lugar se llama Park. Entran y lo comprobás. Sale un señor bajito, un poco rellenito, con una barbita candado y mientras se acerca te das cuenta que tiene los ojos achinados. Te reís para adentro pensando el parecido que tiene el maestro de Karate Kid. Cuando lo ve a Juan, sonríe y da una pequeña reverencia. Juan hace lo mismo y te presenta. El señor repite la acción en tu dirección y vos le devolvés otra reverencia. Se presenta como Park Ji Su o algo por el estilo pero te autoriza a llamarlo Pedro. Mientras ellos hablan algunas cosas, vos te quedás callada y observando esa situación. Te das cuenta que Pedro es de esas personas que brillan por su propia luz. Que su luz es muy intensa. Te parece que debe ser de esas personas que le encantan recibir gente para filosofar y llegar a conclusiones que lo hagan avanzar en el conocimiento. Notás que no tiene grandes movimientos de manos, si no que toda su expresión corporal se reduce a lo necesario. Mucha paz se respira en ese lugar. Obeservás cada rincón del vivero, ves la diversidad de plantas y flores. No entendés mucho del tema pero igual te sorprende cuanta vida hay allí. De repente escuchás a Pedro intentando romper el hielo, que te dice:

- Huan tiene mucho que aprender. Está en compañía de una muher tan linda y la trae a visitar a este vieho. No entiende nada.
- Juan entiende. Si me trajo es porque seguro que usted es una buena persona – le contestás entre risas.
- El bueno de Huan me quiere mucho. Es sólo eso – dice humildemente.

Ya un poco más en confianza, entrás en la conversación y te empezás a interesar por su vida. Te dice que llegó de adolescente al país, que en principio se le hizo muy difícil como a todos los que no saben el idioma del lugar donde viven, pero que da poco fue acomodándose. Te dice que no terminó la secundaria y todos sus conocimientos son de autodidacta. De esa forma fue incorporando conocimientos sobre botánica y jardinería, al mismo tiempo que aprendía el idioma. Te dice que también leyó mucho de filosofía, pero eso lo hacía en coreano para que no se pierdan conocimientos en la traducción. Ahora es su esposa la que tiene que leerle por las noches porque ya su vista está muy cansada. Por dentro te ponés contenta de que tu intuición que decía que estabas frente a un pequeño sabio no había fallado. Los invita a sentarse. Estabas tan cómoda que te habías olvidado de que estaban parados, en el medio del pasillo de un local. Hasta por un momento te olvidaste de Juan ya que toda tu atención estaba en ese viejito simpático.

(Los lectores decidieron que Juan y Cecilia se quedan hablando con Pedro.)

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